Marilú, por derecho forma parte de los materiales didácticos que ha elaborado Cooperación Alternativa dentro del proyecto de Educación para el Desarrollo SOS TARIFA, que cuenta con la ayuda economica del Servicio de Cooperación Internacionalde la Diputacion de Cádiz dentro de la convocatoria de Educación para el Desarrollo y la colaboración del ayuntamiento de Tarifa. Este material de sensibilización va dirigido al alumnado de Educación Primaria de los centros educativos del municipio de Tarifa. En él se plantean actividades y pasatiempos varios para que de manera lúdica, los niños y niñas conozcan sus derechos.

Todas las actividades siguen un planteamiento y una metodología acorde a la edad de los/as participantes. Así pues, en la actividad, se abordan, de forma lúdica, el derecho a la identidad, el derecho a la educación, el derecho al buen trato, el derecho a la alimentación y el derecho a la protección, entre otros. Además de cuestionar la utilización del «color carne» como sinónimo del color de la piel humana y mostrar, por el contrario, la diversidad que presenta el arcoiris sepia de la piel humana son algunos de los objetivos que persiguen estas actividades. No existe ningún color mejor que otro.

 

A proposito del color carne…

Los seres humanos tendemos a pensar que somos únicos y especiales. Pero lo cierto es que somos mucho más parecidos y estamos más conectados entre sí y con otras formas de vida de lo que nos imaginamos. Como la ciencia lleva décadas diciéndonos, todos los seres vivos que habitamos este planeta tenemos el mismo origen y, por tanto, compartimos un patrimonio genético común, lo cual se traduce en que, por ejemplo, el 60% de nuestros genes sean iguales a los de un plátano, el 85% a los de un ratón, el 96% a los de un chimpancé y hasta un 99,9% a los de otro ser humano. A pesar de ello, hay quienes se siguen sintiendo completamente distintos ya no solo con respecto a otros seres vivos sino a otros seres humanos. Hay quienes, además, se creen superiores tanto a unos como a otros. Y hay incluso quienes se atreven a decir barbaridades como que “sus anticuerpos españoles vencerán al maldito virus chino” o que “la invasión de inmigrantes está poniendo en peligro la supervivencia de la raza blanca”, como si se pudiera dotar de pasaporte a lo que no conoce de nacionalidades ni temer por la desaparición de algo que no existe. Porque no, la “raza blanca” no existe, como tampoco existe la “negra” ni la “roja” ni la “amarilla” ni ninguna otra raza humana de ningún otro color.

El concepto de raza humana no se corresponde a ningún fenómeno biológico. Se trata de una construcción cultural, un mito social, una idea que los propios seres humanos han inventado para clasificar a la humanidad en distintos grupos de población, establecer una jerarquía entre ellos y justificar así la opresión, el sometimiento, la esclavización e incluso la eliminación de unos –calificados como seres humanos inferiores– por parte de otros –considerados a sí mismos como superiores–. De hecho, no por casualidad fue en el contexto de las grandes colonizaciones europeas de la Edad Moderna cuando se desarrollaron estas ideas de que existían distintas razas humanas y que unas eran superiores a otras. Unas ideas que, lejos de desaparecer, continuarían durante el siglo XX, cuando serían utilizadas, entre otros, por el partido nazi alemán para justificar el exterminio de millones de personas sobre la base de la supuesta superioridad de la “raza aria”, considerada como el nivel superior de la ya superior “raza blanca” a la que habían apelado décadas atrás los colonizadores europeos legitimar la trata de esclavos africanos y dominar política, económica y culturalmente al resto del mundo. Aunque tras el Holocausto perpetrado por los nazis, la UNESCO publicase un documento en 1950 para aclarar que las razas humanas no existen desde un punto de vista biológico y condenar moralmente el uso de este concepto, Estados Unidos y Sudáfrica seguirían utilizándolo para mantener sus leyes de segregación racial hasta 1965 y 1992 respectivamente. Es más, aún hoy en día estos dos países, y otros también como Brasil, Canadá, Costa Rica o Reino Unido, siguen categorizando a sus ciudadanos en términos de grupos raciales a la hora de elaborar sus censos de población y otros, como Cuba o República Dominicana, continúan incluyendo el color de la piel en los documentos de identidad de sus habitantes.

… y otros falsos mitos.

El color de la piel ha sido uno de los rasgos fenotípicos fundamentales que se han utilizado tradicionalmente para elaborar los sistemas de clasificación racial. Unas clasificaciones que son del todo arbitrarias, como lo demuestra el hecho de que ni siquiera ha habido nunca acuerdo sobre el número de razas que supuestamente hay. Así por ejemplo, mientras el anatomista alemán Friedrich Blumenbach establecería a finales del siglo XVIII cinco razas (la caucásica o blanca para los habitantes de Europa, la etiópica o negra para los de África, la mongólica o amarilla para los de Asia oriental, la americana o roja para los nativos americanos, y la malaya o parda para los polinesios, melanesios y aborígenes australianos), luego, a mediados del siglo XIX, el francés Joseph Gobineau las reduciría a tres (negra, amarilla y blanca), al mismo tiempo que el británico Thomas Huxley las ampliaría a nueve (distinguiendo, por ejemplo, a los “negros” de los “negritos”). Aparte de su arbitrariedad, el problema de estas y otras clasificaciones raciales similares que distintos autores han realizado a lo largo de la historia es que el color de la piel no es simplemente un rasgo neutral sino que es considerado como indicador de otras características como la inteligencia, la belleza, la fuerza física, el temperamento o el comportamiento social. En este sentido, por ejemplo, el filósofo alemán Immanuel Kant estaba convencido de que el color de la piel de las personas denotaba sus cualidades personales y morales y dado que las razas de piel clara tenían mejores cualidades y eran, por tanto, superiores, a las más oscuras, los miembros de estas estaban destinados a servir y trabajar para los de aquellas. Una idea que llegaría hasta nuestros días y que conduciría, entre otras cosas, a que muchas mujeres africanas estén poniendo en riesgo su salud al utilizar todo tipo de productos para aclararse la piel bajo la falsa creencia de que así serán consideradas más bellas, tendrán más éxito y más oportunidades de casarse. Como falsas resultan siempre las ideas que se utilizan para discriminar, oprimir, perseguir e incluso a asesinar a otro ser humano por el color de su piel o por la absoluta ausencia del mismo, como sigue ocurriendo desagraciadamente en el caso de los albinos en Tanzania y en otros países de África.

La larga y triste historia del colorismo, ese subproducto del racismo que privilegia a las personas de un color de piel determinado sobre otras, bien podría resumirse en la expresión “color carne”. Color que la RAE define como “semejante al de la piel sonrosada de los seres humanos de la raza blanca” y que muchos escolares utilizan, cuando dibujan a una persona, para pintar su rostro, sus manos o sus piernas, como, por otro lado, también han hecho tradicionalmente los pintores occidentales en sus representaciones de la piel humana. Cuestionar precisamente la utilización del llamado “color carne” como sinónimo del color de la piel humana y mostrar, por el contrario, la enorme diversidad que presenta el arcoiris sepia de la piel humana, y que dentro de esa amplia gama no existen ningún color mejor que otro, son precisamente algunos de los objetivos del desplegable “Marilú, por derecho”.

Reciclaje directo

Para la distribución del desplegable Marilú, por derecho hemos utilizado sobres de papel 100% reciclado de forma directa, procedente de antiguos mapas. La parte impresa queda en el interior, resultando sobres blancos exteriormente. El reciclaje directo es una idea que utiliza sin rodeos el papel usado para la elaboración de nuevos productos. Este método no utiliza agua ni blanqueadores ni fibra virgen de madera y su consumo de energía es muy bajo. Según un estudio del Öko-Institut e.V. de Alemania, el reciclaje directo es la forma más ecológica de elaborar sobres.

Lápices  sostenibles

Los lápices elegidos para incluirlos junto a el desplegable Marilú, por derechoutilizan el material WOPEX, un biocompuesto que utiliza serrín y trozos pequeños de madera procedente de los desehechos de la fabricación de lápices. La madera está certificada según los estándares vigentes de FSC (Consejo de Administración Forestal) y PEFC (Programa para el Reconocimiento de Certificación Forestal), procedente de bosques de la gestión forestal sostenible. La mina tiene una mayor resistencia a la rotura. Un lápiz seguro para niños ya que no se astilla si se rompe. 

Papel  ecológico

Los papel utilizado para el desplegable Marilú, por derechoes 100% reciclado, cumple con ejemplares exigencias ecológicas en su producción para obtener los certificados Ángel Azul, ‘Cradle to Cradle’, TCF (Totalmente Libre de Cloro) y la etiqueta ecológica de la Unión Europea. Usamos tamaños de papel estándar, en este caso Din A3, y sin marcas de sangre para aprovechar todo el papel, evitando cortes y reduciendo por tanto los residuos. Optamos por la impresion digital por el número de ejemplares a imprimir y por tener menor impacto frente a otras modalidades de impresión.