¿Tendrá que empuñar un arma de verdad cuando crezca? La pregunta, formulada en una sociedad europea actual, puede parecer insultante o por lo menos fuera de lugar. Y más donde lo políticamente correcto oculta las injusticias en que se fundamenta nuestro bienestar. Pero en un campamento de refugiados saharauis es una pregunta con sentido pleno. Casi natural. Y aunque duela hay que hacerla. La violencia primera fue la del invasor y ocupante. Contra esa violencia habrá que utilizar la de la justa rebelión. A menos que la comunidad internacional deje de mirar para otro lado y actúe. Así sea, para que el gesto de este niño siga siendo sólo eso: un disparo en un juego de indios y americanos.
Fotografía de Andrés Carrasco y texto de Juan M. León Moriches, pertenecientes de la exposición Sáhara: los ojos de desierto, producida por Cooperación Alternativa.
Los ojos del desierto
Juan José TéllezHay un desierto al sur del derecho internacional. Le llaman hamada y recorre la falda de Argelia hasta poner en comunicación su extenso pedregal de diminutos y aislados árboles con las dunas que llevan hasta el territorio usurpado por Marruecos durante la marcha verde, frente a las costas del Atlántico, los fosfatos y los caladeros de peces. Es una travesía peligrosa, cebada de minas, de empalizadas pero sobre todo de silencios.
Allí, en aquel limbo bajo un cielo perfecto, sobreviven miles de ojos que nos observan a todos desde el escepticismo, desde la angustia y la ternura, desde la antigua perplejidad de la injusticia. Y los han capturado, en las páginas que siguen Andrés Carrasco, uno de los grandes fotógrafos de este tiempo de grandes fotógrafos, y Juan León Moriche, uno de los mejores periodistas que conozco en un tiempo en el que va dejando de existir el periodismo. Frente al dato y los discursos, frente a las tácticas de conveniencia al uso, la cámara y la palabra reflejan el verdadero semblante del conflicto, esto es, el fieramente humano, el que nos alcanza con toda su congoja y toda su esperanza, el de la gente que nos mira al otro lado de un espejo que apenas existe ya para la opinión pública y para la opinión publicada, para los intereses mayúsculos de las grandes potencias que llevan permitiendo que se incumplan todas las resoluciones de Naciones Unidas a favor de los débiles.
Quizá usted haya sabido ya de esta epopeya: en 1973, el Polisario se alzó contra el colonialismo español y en 1975 no aceptó ni los acuerdos tripartitos de Madrid ni la Marcha Verde con que Marruecos se asentó en el antiguo Sáhara español mientras el dictador Franco agonizaba y aún no había el más mínimo rastro de democracia en nuestra orillas del Estrecho.
David contra Goliath. Y quedaron en tablas. Tras derrotar a Mauritania en 1979, el Frente Polisario fue capaz de echarle un pulso al gigante militar marroquí, que bombardeó a su población con napalm y fósforo blanco, utilizando para ello armamento exportado por diversos países, entre quienes volvía a figurar España. El armisticio llegaría en 1991, con la firma de un alto el fuego auspiciado por la ONU y supeditado a la convocatoria de un referéndum que habría de celebrarse al año siguiente. No hubo tal. Marruecos apeló y su convocatoria se demoró sine die a partir de diversos pretextos, especialmente el del censo: a estas alturas de la película y de la historia, ¿cuántos saharauis quedarán de aquel último censo español sobre el que ambas partes parecían estar inicialmente de acuerdo aunque discrepen en el porcentaje ulterior de añadidos a dicho balance demográfico?
Desde entonces, se han sucedido incumplimientos de acuerdos supranacionales, como los de Houston de 1997, ya que el proceso de identificación de votantes quedó en suspenso y la consulta sobre la autodeterminación sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes. Tampoco han faltado traiciones pagadas a buen precio por Rabat. Y deserciones en las filas saharauis, desgastadas a veces por tan larga espera. Veinte años después de la paz, lo cierto es que Marruecos mantiene un control férreo sobre los territorios bajo su dominio: prueba de ello es la represión sobre Aminnetou Haidar y los activistas que mantienen las tesis del Polisario en los territorios ocupados. De hecho, en 2009 la Eurocámara expresó su preocupación ante la ONU por el deterioro de la situación de los derechos humanos en la región. Expresamente se refirió a los derechos de «libertad de expresión, asociación, manifestación y comunicación». El Parlamento Europeo, en dicha resolución, añade además que la justicia marroquí de la zona está sesgada por la presión de protección del dominio.
El Gobierno de la RASD, por su parte, también controla hasta donde puede a la población que lleva dos décadas en el arenal de Tinduf y en los territorios ocupados, a un lado del muro que les separa de su memoria y de su genética, esperando el regreso a El Aaiún o a Dajla, a Bojador, a Esmara o al Río de Oro, las zonas de aquella antigua y remota provincia española. Pero, ¿cómo no hacerlo cuando la estabilidad de ese Estado en la hamada es tan frágil que sigue necesitando de la ayuda argelina o de la cooperación exterior?.
Para superar el estancamiento del proceso de paz, las Naciones Unidas designaron a James Baker como Enviado Personal del Secretario General de las Naciones Unidas para el Sahara Occidental que, en 2003, presentó un nuevo plan avalado por unanimidad por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a través de su Resolución 1495. Nuevamente, Marruecos mareó la perdiz y propuso una amplia autonomía del Sáhara Occidental, siempre y cuando quedara bajo su soberanía: ese es el espíritu que justifica en parte la reciente reforma constitucional que ha vivido Marruecos y que ha recibido una sospechosa unanimidad por parte del electorado. A pesar del rechazo del Polisario y de numerosos países, lo cierto es que la posición marroquí ha ido ganando adeptos en el exterior, sobre todo a partir de que su importancia estratégica como aliado de Occidente haya ido creciendo en una región, la del Magreb, minada cada vez más por Al-Qaeda. De hecho, en las proximidades de la zona de conflicto, Estados Unidos levanta ya la base de Tan Tan una instalación gigantesca que pretende convertirse en la sede operativa del Afrikom, el nuevo comando operativo estadounidense frente al yihadismo norteafricano.
En este contexto, la presión de Rabat sobre Madrid para modificar la posición española respecto al conflicto se han acrecentado durante los tres últimos lustros, bajo los sucesivos mandatos en La Moncloa de José María Aznar y de José Luis Rodríguez Zapatero. La postura oficial de nuestro país pasa por «una solución política justa, duradera y mutuamente aceptable que prevea la libre determinación del pueblo del Sahara Occidental en el marco de disposiciones conformes a los principios y propósitos de la Carta de las Naciones Unidas». Algo es algo, aunque siga sin existir reconocimiento oficial por parte de España a la RASD. Y no va a haberlo. Lo único que se pone en valor es la nueva resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que con el número 1920 fue adoptada el 30 de abril de 2010 y que renovó el mandato de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (MINURSO). Sin embargo, dicho acuerdo también exigió un informe del secretario general de Naciones Unidas al Consejo de Seguridad, que fue presentado el pasado 1 de abril de 2011 y en el que Ban Ki Moon seguía insistiendo en la necesidad de que se recogiese “la libre determinación” de los pobladores de la zona: “Lo que está claro es que un acuerdo sobre un estatuto definitivo sobre el que esta población no haya expresado su opinión de forma clara y convincente probablemente generará nuevas tensiones en el Sáhara Occidental y en la región”, puede leerse en dicho documento.
Francia, el primer socio comercial de Marruecos, ha apoyado habitualmente la propuesta de autonomía puesta en valor por Marruecos como «la base más pertinente para salir del estancamiento» actual de este conflicto.
Así las cosas, quedémosnos con esa mirada limpia de los sencillos saharauis, esa pupila cotidiana, ese heroísmo sin mayúsculas que nos regalan los verdaderos protagonistas de esta historia, lejos de las moquetas de los grandes despachos y de las jaimas de protocolo. Juan León Moriche y Andrés Carrasco, con tanta sabiduría como audacia, con tanto rigor como belleza, han sabido capturar su alma, tal y como temieron secularmente los árabes ante la llegada de los fotógrafos, y nos la traen hasta aquí para que nosotros quizá, sencillamente, la comparemos con la nuestra y actuemos en consecuencia.
Juan José Téllez